En la tercera parte comentábamos el papel que juegan las redes sociales y las nuevas tecnologías en el entramado político nacional. Este elemento parece dar un nuevo giro de tuerca en el país: ¿se ensaya un nuevo mecanismo de control?
Importante: este texto es la última parte de un seriado. Si no los ha leído, le recomendamos mucho hacerlo, así que aquí tiene los enlaces a las tres partes anteriores:
PRIMERA PARTE: Inicio.
SEGUNDA PARTE: Rabia.
TERCERA PARTE: Contraataque.
Control social y medios de comunicación
Hay un componente clave que enlaza a todo el tejido social, y no sólo al venezolano, sino también al externo: los medios de comunicación.
Hasta hace dos décadas, en Venezuela los medios de comunicación masiva existentes (impresos, radio, televisión), contaban con un poder político enorme y debido al desprestigio de los partidos políticos, fueron los primeros en alzarse contra Chávez y su proyecto.
En aquel momento (1998) la Organización Diego Cisneros, a través de Venevisión, cumplió un papel preponderante en el posicionamiento del candidato Chávez, de quien esperaban prebendas. Al no lograr manipularlo, intentaron defenestrarlo (2002) junto a otros grandes medios nacionales.
Buscando retomar el control, el Gobierno se hizo de algunos medios: procuraba romper la hegemonía opositora para construir la propia. Pero la tecnología lo dejó atrás; la masificación de las redes sociales cambió el panorama, porque éstas son ahora más importantes que los medios tradicionales.
Medios desregulados: control cero
Las redes sociales son, no olvidarlo, medios de comunicación de alcance mundial, pero no son inócuos, no son neutros. Facebook, Twitter, Instagram, Whatsapp, etc… son empresas cuyo producto (las redes en sí mismas) están fuera del control de los consumidores y de los gobiernos.
Tienen alcance mundial, pero no cumplen con las regulaciones que cada sociedad impone a los medios tradicionales, lo que las convierte en un formidable enemigo para cualquier estado nacional y su gobierno. China, Rusia y otras naciones han optado por bloquear algunos de esos servicios y desarrollar redes equivalentes.
Lejos de la realidad comercial que se esconde tras estas compañías, mucha gente las ve como un canal neutral a través del cual “se habla” y creen que regular las redes es coartar la Libertad de expresión, y por tanto, ¡los Derechos Humanos!. Incluso, y esto es muy grave, hay quien plantea que el acceso a ellas debe ser un Derecho Humano.

Bajo el amparo del anonimato ruedan en las redes cadenas tóxicas como las incitaciones al odio que vimos antes, o también algunas cosas que, bajo la apariencia de un comentario tonto, contienen verdaderas campañas políticas.
Debido al vacío legislativo en torno a estos medios, es en este terreno donde se difunde propaganda de guerra, métodos terroristas, incitaciones al odio, indicaciones para hacer bombas caseras, en fin; se construye un tejido social de la conspiración.
Esta conspiración es abierta y se ampara en el principio del anonimato por saturación: “Fuenteovejuna, todos a una”. El conspirador es un grano de arena en la playa, camuflado entre millones de emisores de mensajes, a menos de que alguien lo denuncie directamente. Pero hay fallas: aparecen los falsos positivos, las retaliaciones y en general, se alimenta la cacería de brujas.
Tecnología para el control
En la novela de George Orwell, 1984, se plantea con gran tino la posibilidad de que los gobiernos usen la tecnología para vigilar a sus ciudadanos y lograr de ese modo un control absoluto sobre sus actividades. Se introduce el concepto de “Gran Hermano”, un vigilante omnipresente.
En películas como Enemigo Público (Will Smith / Gene Hackman) vimos cómo el control sobre las redes sociales, con apoyo de satélites y la última tecnología disponible (en ese entonces) permite controlar milimétricamente los movimientos de un individuo.
Pero en la vida real, lo planteado por Orwell ya está sucediendo y por todas partes se ven señales de una sociedad “orwelliana”. Hay gente a la que le ponen un chip en el cuerpo con el supuesto fin de protegerlos, hay empleadores que revisan el Facebook de sus subalternos.

Hay registro del consumo de las tarjetas de crédito de un ciudadano, para verificar si es coherente con sus ingresos. Todo eso está ocurriendo en nuestras narices. Con la escasez, se ha impuesto un sistema de captura de huellas digitales para hacer compras en los mercados, evitando que la gente compre productos regulados en exceso.
Sin embargo, los usos militares son más interesantes: por medio de un chip convenientemente instalado en sus botas, el gobierno colombiano bombardeó en 2008 un campamento de las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC) en territorio ecuatoriano, liquidando a 22 guerrilleros, entre ellos Edgar Devia (alias Raúl Reyes), segundo al mando de las FARC en ese momento.

El control de los datos personales no es cosa de juego. Por medio de ellos se puede averiguar mucho acerca de una persona y sus familiares. Se exponen las vulnerabilidades de cada quien.
El control del voto
En Venezuela los grupos más radicales políticamente desearían que todos los votantes pensaran como ellos. La diferencia de criterio es vista como una forma de traición y toda duda es respondida con algún slogan que, obviamente, no explica nada; o con una acusación “¿tú como que saltaste la talanquera?”
Uno de los primeros casos de uso de la tecnología para controlar a los votantes fue protagonizado por María Corina Machado, cuando creó la plataforma “Súmate” en 2002, a fin de registrar a los votantes que deseaban revocar el mandato del presidente Chávez. Súmate coordinó el proceso de recolección de firmas para el revocatorio que se efectuó en 2004.
El listado de Súmate fue usado para ejercer control sobre los empleados del sector privado que no apareciesen allí. Es decir, a los que por omisión resultaran chavistas. Muchos fueron despedidos bajo cualquier excusa absurda. Había comenzado la cacería de brujas digital.

Pero la misma lista fue filtrada hacia el chavismo, llegando a manos del diputado Luis Tascón, quien publicó la página “Réstate”, en la que el usuario podía verificar si su nombre aparecía. Por medio de ella se podía objetar su firma ante el CNE.
Por supuesto, el gobierno hizo lo mismo que el sector privado: como la ley que protege a los funcionarios públicos es mucho más difícil de evadir, hubo menos despedidos, pero la lista se difundió con el nombre de “Maisanta” para que los gerentes de la administración pública pudieran verificar la preferencia política de alguien antes de contratarlo.
La lista se conoce hoy como “Lista Tascón”, puesto que los medios “olvidaron” su origen y contaron, como suele ocurrir, un sólo lado de la historia.
El mismo Chávez pidió en su momento a sus ministros, viceministros y directores que dejasen de usar esa lista; sin embargo, los radicales subsisten hasta hoy.
Las elecciones de la constituyente han revivido, no la lista, que ya ha sido sustituida por otro sistema sino el afán de control de los votantes y, en algunos casos, éste se expresa con el mayor de los descaros y la torpeza de quien cree que eso es lo normal.
Carnet de la Patria ¿para qué sirve?
En enero de este año el presidente Maduro anunció el lanzamiento del Carnet de la Patria (CP), un documento de identidad que, según se dijo entonces, “ayudaría a hacer más eficiente la Revolución Bolivariana”. Es decir que portarlo fortalece a la revolución.
Los opositores lo odiaron y, al igual que sectores moderados del chavismo, argumentaron con mucha razón, que el documento de identidad venezolano es la Cédula de Identidad (CI), cuya versión electrónica está en mora desde 2003 y que según anunció en mayo de 2016 Dante Rivas, director del Saime (servicio de identificación venezolano), estaría disponible en junio de 2016.

¿Por qué se requería otro documento? ¿cuál es su objetivo? ¿Por qué un documento que básicamente identifica a los chavistas (o a quienes no deseen ser identificados como opositores) incorpora los elementos electrónicos esperados para la CI, que es universal y apolítica?
Rápidamente se elucubró acerca de la utilidad de este carnet, que nunca se ha aclarado del todo. En numerosas alocuciones por radio y TV el presidente insistió en la necesidad de sacarse el carnet “para hacer más eficiente la Revolución Bolivariana”, pero sin explicar cómo.
Freddy Bernal, responsable de los CLAP, se apresuró a aclarar que ese documento no tenía nada que ver con las bolsas de ayuda alimentaria, dado que la alimentación del ciudadano no puede estar sujeto a la tenencia del carnet.
Hoy se registran más de 15 millones de adultos (es decir, potenciales votantes) carnetizados. Con un registro electoral de 19,5 millones de personas, no parece creíble que haya 15 millones de chavistas. La votación más alta obtenida por el chavismo fue de 8,2 entre los 18,9 millones de electores inscritos en octubre de 2012.
Conclusión: hay gente que se carnetizó por temor a algún tipo de coacción, sea éste temor infundado o no.

Recientemente, Maduro anunció que este 30 de julio, tras votar, la militancia deberá registrar el voto con el carnet, por medio del código QR que éste contiene, e inmediatamente apareció en las redes sociales la idea de que el CP permitía triplicar los votos emitidos. Esto es absurdo.
Pero no es tan absurdo pensar que habrá gente que asista a votar el 30 de julio sin desear hacerlo, sólo porque piensa que pueden hacerle seguimiento, perder su empleo o algo peor. Hay gente asustada.
¡Ok, es cierto! estoy planteando cosas muy perversas…
…pero posibles.
En fin, supongamos que toda esta fábula en torno al control social por medio de la tecnología no está entre los objetivos del Gobierno. En ese caso, vale la pena hacernos una última pregunta, tomando en cuenta que la oposición es realmente maligna:
¿qué pasaría con los ciudadanos chavistas si esta plataforma cayera en manos de la oposición?
Que comiencen los juegos.
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